Homeopatía: ¡Defender lo indefendible!

La homeopatía es una realidad social en auge, siendo probablemente el tipo de terapia alternativa más utilizada en nuestro medio, entendiendo medicina alternativa como “toda práctica que afirma tener los efectos sanadores de la medicina pero que no está apoyada por evidencia obtenida mediante el método científico, por lo que su efectividad no ha sido probada más allá del efecto placebo.”

 No son pocas las ocasiones en las que alguien me ha preguntado si tal producto homeopático que alguien le ha recomendado le va a venir bien… de hecho esto fue lo último que me preguntaron: ¿Qué te parece este tratamiento para los sofocos de la menopausia?

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Esto había sido “recetado” por un médico (sí, sí, de los de verdad) de una clínica privada. Mi respuesta es siempre la misma, y siempre parece que es mi “opinión” contra la del otro. Por eso quiero hablar aquí sobre homeopatía con fundamentos, de una forma rigurosa y científica. Nada de opiniones ni prejuicios.

¿Cómo surgió la homeopatía?

Quería empezar explicando un poco el origen de la homeopatía para resaltar el hecho de que en sus inicios la homeopatía no nació con la voluntad perversa de engañar a las personas ni su bienintencionado gurú era un farsante vendedor de humo, o por lo menos no pretendía serlo.

En un esfuerzo de imaginación nos remontamos a principios del siglo XIX cuando las enfermedades campaban a sus anchas por el mundo mientras los médicos aún practicaban artes más bien mágicas y la máxima hipocrática del primum non nocere (lo primero, no hacer daño) brillaba por su ausencia.

Las poblaciones padecían y morían en epidemias de peste, cólera y otros castigos divinos, mientras los médicos de la época se dedicaban a hacer sangrías, poner sanguijuelas y administrar purgantes para expulsar los males de los cuerpos de los pobres enfermos para restablecer el equilibrio de los “humores”…¿vaya panorama, no? parece que en este escenario propio de una película macabra de Tarantino cualquier alternativa que no supusiera perjudicar más que ayudar sería bien acogida, y con razón.

Fue en este contexto cuando un médico de Sajonia (Alemania), Christian Firedrich Samuel Hahnemann, empezó a darle vueltas al coco en busca de una terapéutica más benigna y menos agresiva con los pacientes. Y no cabe duda de que lo consiguió, lo de curar no tanto, pero lo de ser menos agresiva sin ninguna duda.

Para los que no sepáis en qué consiste la homeopatía, en pocas palabras, se trata de coger una sustancia (principio activo), que provoque los mismos síntomas que genera la enfermedad que queramos curar y diluir esa sustancia sucesivas veces, hasta que, en muchos casos, ya no queda ni rastro de la sustancia original, sólo agua. Agitar vigorosamente la mezcla y esperar a que la memoria del agua haga el resto.

Entonces…¿Sanguijuela o un poquito de agua? ¡Doctor déme el agua por favor!

Pero bueno, ¿como se le ocurrió semejante majadería a nuestro amigo Hahnemann?

La «Ley de la similitud» de Hahnemann

La casualidad fue su origen: tras tomar una infusión de corteza de cinchona (de donde se extrae la quinina usada para tratar la malaria) Hahnemann experimentó fiebre, escalofríos y dolor articular: síntomas similares a los de la malaria.

Entonces, una bombilla se encendió en su cabeza, y en base a esa sola experiencia aislada y personal dio a luz su premisa fundamental de «lo similar, cura lo similar” (de ahí el nombre de “homeopatía”: homoios – igual, patheia – enfermedad: [curar con] lo mismo que la enfermedad), es decir; «los síntomas que origina una enfermedad, pueden ser curados con un remedio preparado con una sustancia que produzca los síntomas de la enfermedad”, o, como dicen los curanderos homeópatas cuando quieren sonar interesantes, similia similibus curantur (si se dice así suena más guay y parece más cierto), lo que quiere decir que con base en ese experimento, para curarse un síntoma cuando esté enfermo, debe usted administrarse una sustancia que provoque precisamente esos síntomas en una persona sana.

De esta forma y según la creencia de Hahnemann, los síntomas no son la enfermedad sino un mecanismo del cuerpo para defenderse del mal y por tanto deben ser potenciados. Es como si dijeras,  si eres diabético lo mejor que puedes hacer es tomar azúcar, y si te duele la cabeza dáte fuerte con un martillo !!?…bueno, perdón por ponerme tan sarcástico, vuelvo a subrayar que Hahnemann hizo las cosas de buena fe intentando buscar soluciones en una época en la que el resto de médicos no sabían hacer la O con un canuto, así que obviamente mis críticas no van para él (sí para la homeopatía actual), aunque no me negareis que su teoría manda narices. Irónicamente, hoy se sabe que lo que le pasó a Hahnemann es que era alérgico a la quinina.

Después de esto, Hahnemann se dedicó a ir probando él mismo distintas sustancias y fue anotando los efectos que le producía para emplearlas luego en distintas enfermedades (no podemos negar desde luego que valor no le faltaba), así por ejemplo si tal sustancia le  producía diarrea, la empleaba para enfermedades que cursaran con diarrea, y así con muchísimas sustancias, una a una.

Pero bueno…¿no habíamos quedado en que la homeopatía buscaba ser lo menos nociva posible? Si ahora me estas diciendo que Hahnemann pretendía administrar sustancias para potenciar los efectos de la enfermedad en los pobres enfermos…

La «Ley de los infinitesimales”

La segunda teoría en la que se basa la homeopatía es: «cuanto más diluida esté la sustancia, más potente es«. Es decir, cuanto más pequeña es la dosis de la sustancia administrada, mayores son los efectos que produce.

Por si la primera teoría no os resultaba lo suficientemente hilarante, aquí tenéis la segunda. Se piensa que Hahnemann comenzó a diluir las sustancias en un acto de inteligencia para no intoxicarse cuando las probaba para comprobar sus efectos…y luego extrajo sus propias conclusiones.

Pero esto no es todo, en base a otra experiencia fruto de la casualidad que ahora no voy a comentar, Hahnemann llego a otra conclusión: que la potencia se incrementaba con la agitación, es decir, una sustancia era más potente cuanto más diluida estaba y cuanto más agitada, lo que los homeópatas conocen como “dinamización” o “energización” consistente en golpear y agitar el frasco después de cada dilución.

¿Cómo se prepara un producto homeopático?

Aunque a veces se emplean otros grados de dilución, la forma más habitual de preparación es la siguiente:

  • Se toma 1 ml de la sustancia original (tintura madre) y se mezcla con 99 ml de agua. Así se obtiene una dilución 1CH, es decir, en esta primera mezcla, la sustancia original solo representa el 1%, el 99% restante es agua.
  • A continuación, se coge 1 ml de ese producto obtenido y se vuelve a mezclar con otros 99 ml de agua, así se consigue una dilución 2CH.
  • Y así sucesivamente. Cada vez que se hace una dilución, «se tiene que sacudir vigorosamente el preparado para hacerlo activo», es lo que se conoce como “dinamización” o “sucusión”.

Como una imagen vale más que mil palabras, aquí os dejo el enlace de  un vídeo que lo explica de forma bastante sencilla:

Como se puede deducir del apartado anterior, cada vez que se realiza una de estas mezclas o diluciones, la sustancia original queda diluida 100 veces más en el preparado final, y así una y otra vez. Según las leyes de la homeopatía, cuando más diluido esté el producto inicial, más potente será. De este modo, una dilución 30CH, será mucho más potente que una dilución 12CH.

Para hacernos una idea de lo que significa, una dilución 6CH, quiere decir que la sustancia ha sido diluida mil millones de veces, lo que equivale a una gota de la sustancia original diluida en 20 piscinas de agua. Una dilución 12CH, equivale a una gota disuelta en todo el océano atlántico, y una 15CH, a una gota de la sustancia original en todos los océanos del mundo.

¿A qué equivale entonces una dilución tan típica en homeopatía como es la 30CH?

Para entenderlo podemos rescatar el ejemplo planteado por Ben Goldacre en su libro «Bad Science”: «Imagina una esfera de agua con un diámetro de 150 millones de kilómetros (la distancia entre La Tierra y el Sol). Imagina una esfera de ese tamaño, con una molécula de una sustancia disuelta en ella: eso es una dilución 30CH”.

Está demostrado que cualquier dilución superior a 10^24, o lo que es lo mismo, una dilución 12CH, elimina cualquier traza del principio activo que se ha diluido. Deja de existir molécula alguna detectable de la sustancia inicial. Es, en otras palabras, simplemente agua.

Pero entonces a ver, si ya me cuesta entender cómo una sustancia muy diluida puede tener más efecto que otra menos diluida en la que hay más cantidad de principio activo, ¿cómo voy a creer que un preparado en el que ya ni siquiera existe ese “principio activo” pueda tener efecto alguno? Amigo, bienvenido al club.

Pero es que nuestro Hahnemann tiene respuestas para todo, y nos dice que en este proceso de dilución y agitación la “esencia” de la sustancia se transmite al agua, de forma que aunque la sustancia ya no esté, el agua “guarda en su memoria” el efecto curativo del principio activo con el que había contactado durante el proceso.

Llegados a este punto, me voy a ahorrar el pensar en lo que pasaría si esto fuese cierto y el agua que sale por nuestros grifos después de haber sido agitada y energizada a su paso por ríos, embalses, plantas de potabilización y tuberías guardara memoria de todas las porquerías con las que hubiera contactado en su camino hasta mi estómago. Pero tranquilos, no os sorprenderá que os diga que hasta la fecha nadie ha conseguido demostrar tal teoría (bueno ni esta ni el resto de las que hemos hablado).

Entonces, para resumir…

Para resumir, parece bastante claro que la homeopatía nace de unas premisas que, si bien en su inicio fueron bienintencionadas en un intento de plantear una alternativa a las salvajadas de la medicina de la época, son completamente falsas:

  • Los efectos de una sustancia no aumentan al disminuir su cantidad, sino al revés. La bioquímica y la farmacología nos demuestran que los efectos crecen con la dosis, al igual que nos demuestran que en las diluciones supuestamente más “potentes” ya no existen moléculas quimicamente activas.
  • El agua carece de memoria, no almacena la “esencia espiritual” de la sustancia con la que ha contactado. Además, ¿de dónde sacan en tal caso el agua “sin memoria” que usan en sus diluciones? ¿existe acaso agua sin memoria que jamás haya contactado con materia alguna?
  • Sin duda alguna, los síntomas no se curan con sustancias que causen los mismos síntomas.

Hahnemann extrajo conclusiones equivocadas basadas en experiencias personales malinterpretadas, pero no lo culpo por ello, a la luz de los conocimientos de la época tampoco podemos pedirle mucho más.

Lo que me resulta impensable es que en pleno siglo XXI, después de los avances que hemos experimentado en la ciencia en general y la medicina en particular, el mayor conocimiento en anatomía, fisiología, química, y microbiología, los homeópatas sigan estancados en el medievo y sigan defendiendo lo indefendible. Señores, la Tierra no es plana y eso no es opinable.

 

Autor:

Ginés Elvira Ruiz. MIR Cardiologia Hospital Clínico Universitario Virgen de la Arrixaca.

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